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Los enfermos de Alzheimer y otras demencias, son como niños

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Lo que más me gusta de los enfermos de Alzheimer es que poco a poco se van convirtiendo en personas inocentes y puras como los niños. Cuando avanza la enfermedad un enfermo de estas características, cada vez actúa más como un niño y esto le da un atractivo especial, siempre y cuando las personas de su alrededor le sepan mirar con los ojos del corazón, porque su actitud esta bañada de inocencia. Ya no le interesan sus anteriores creencias, como: el protagonismo, el competir, el destacar, los bienes materiales, su posición etc. Se van desprendiendo de sus partes menos auténticas y llega un momento en que sólo les queda la inocencia y, para los buenos observadores, se convierten en un maestro en el arte de amar, ya que lo único que le interesa es ser querido y corresponder a este amor.

Mi madre cuando empezó a tener los primeros síntomas de la enfermedad, un día que teníamos una reunión familiar en la casa de mi hermano, mamá se fijó en un cuento de sus hijos y con un rostro de asombro y alegría miró el cuento y dijo: “Oh qué bien, esto es lo que necesitaba”, entonces la esposa de mi hermano me dio unos cuentos para que se los leyera de vez en cuando.

Cuando mi madre todavía vivía en su casa, yo dormía en su casa y por la mañana la duchaba, le daba el desayuno y la medicación y mi hermano la llevaba al Centro de Día, antes de irse, ella muy contenta y risueña, iba a despedirse de sus vecinas y les decía “vengo a despedirme porque me voy al colegio“.

Un día le pregunté: “Quimeta, ¿me quieres?” y ella me respondió: “si hasta el cielo”, esta era la frase que ella decía cuando era una niña. Por esta razón en el libro que escribí, donde cuento todo el proceso de su enfermedad y cómo lo resolví lo titulé: “Te quiero hasta el cielo”, como recuerdo a lo que ella me dijo.

Mi madre cuando ya estaba en la residencia, un día fui a su habitación, cuando la acababan de acostar, para hacerle Reiki, que es una técnica en la que le ponía las manos sobre algunas partes de su cuerpo y le transmitía energía curativa y a ella le gustaba porque la relajaba mucho. Ella estaba con los ojos cerrados, le puse las manos sobre su pecho y ella sin abrir los ojos me dijo:” a fuera pasan muchas cosas, pero a mí no me interesa ninguna, yo estoy muy bien aquí, esta es mi casa”. Lo que me dijo me hizo pensar, pues ella que siempre había valorado tanto los aspectos materiales y sociales de la vida, ahora los había dejado de lado y se sentía contenta y posiblemente aliviada.

En la residencia, mi madre descubrió un juego que ella podía hacer sola con el que se pasaba muchos ratos jugando, consistía en contar los dedos de sus manos: 1, 2, 3… hasta 50 o cien o 10. 20, 30 hasta 100 o más etc. y así se podía pasar horas muy distraída; sus compañeros estaban fascinados con esta actividad de mi madre y algunos decían: “Quimeta es una mujer muy inteligente porque cuenta muy bien, habrá tenido un trabajo muy importante…”.

Yo iba a pasar casi cada tarde con ella a la residencia, si no podía ir yo iba uno de mis hermanos, ya que establecimos que cada día del año uno de los hermanos pasaría la tarde o la mañana con ella. A veces me distraía con ella con un juego que ella jugaba con nosotros, sus hijos, cuando éramos pequeños. Le cogía las dos manos y le dibujaba con el dedo, en la palma de su mano, una espiral y seguidamente movía sus manos arriba y abajo y le cantaba: “arre, arre borriquito, de la Seu a Martinet, compraremos un quesito, para comer… para cenar… y para Quimeta ¡si lo habrá! “. Al acabar las dos nos reíamos y mi madre se quedaba muy satisfecha, y volvía a acercarme sus manos moviéndolas arriba y abajo para que volviera a empezar, porque quería seguir jugando. Era muy bonito ver su inocencia y las ganas de jugar que tenía y de volver a momentos de su niñez que recordaba de forma intacta.

Como conclusión quiero decir que es muy reconfortante acompañar a estas personas enfermas en sus reacciones infantiles porque ellas vuelven a la pureza de su niñez y eso les hace sentir contentas y satisfechas. Cuando reconocemos y valoramos sus reacciones, su autoestima sube, por ello es muy importante hacerlas sentir valiosas reconociendo lo que hacen.

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