Quimeta, mi madre como ya os he comentado en otras ocasiones, sufrió la enfermedad de Alzheimer y a partir de que fue perdiendo facultades me iba inspirando una gran ternura, un sentimiento muy dulce que me satisfacía mucho y me impulsaba a quererla desde la parte más pura de mí.
Los enfermos de Alzheimer nos pueden provocar muchos sentimientos diferentes, unos positivos y otros no tanto, y uno de ellos es la ternura, especialmente a medida que se van olvidando del personaje que han representado toda su vida y poco a poco se van convirtiendo en personas más puras, más inocentes, más limpias, las cuales no piensan tanto en el pasado ni tampoco en el futuro y que actúan como niños inocentes que ven el mundo a partir de su mirada limpia y transparente en el momento presente.
Mi madre se comportaba cada vez más como una niña, su sonrisa era abierta y no tenía ningún inconveniente en decir lo que pensaba en cada momento desde la más pura inocencia, no tenía filtros.
Cuando aún estaba bien, a ella y a mí, nos había costado comunicar nuestros sentimientos, pero a medida que la enfermedad avanzaba nos resultó más fácil. Un día le pregunté: “Quimeta, ¿me quieres? y ella rápidamente me contestó: “si, hasta el cielo”. Me emocionó su respuesta porque sentí que sus palabras no pasaban por su mente sino por su corazón. Por esta razón el título que le puse a mi primer libro sobre el Alzheimer fue: Te quiero hasta el cielo.
Recuerdo que mi madre cuando estaba en la residencia y aún hablaba, un día que estaba con ella en su habitación antes que se durmiera, tenía los ojos cerrados y yo le puse sus manos sobre su pecho para hacerle Reiki, que se trata de una técnica en la que se pasa energía benéfica, a través de las manos, a la persona que la recibe, lo cual la relajaba mucho; ella estaba encantada y muy tranquila y, de pronto, sin abrir los ojos me dijo: “a mi no me interesa lo que pasa fuera, estoy muy bien aquí, esta es mi casa”.
Me sorprendió mucho este comentario suyo y más tarde estuve reflexionando sobre ello. Mi madre cuando estaba bien, estaba muy pendiente de su familia con la que, a menudo, era un poco posesiva y controladora, era muy organizada y le gustaba comprobar si sus cuentas y posesiones estaban en orden, también recordaba en silencio lo que había experimentado en el pasado, lo cual muchas veces la entristecía y también planificaba muy bien el futuro. En cambio, ahora me estaba diciendo que todo lo que había sido tan importante en el pasado para ella, en este momento no tenía ningún valor, era como si me dijera: “ahora quiero vivir el momento presente donde me encuentro muy bien” Esta confidencia significó una gran enseñanza para mí ya que entendí la gran importancia de vivir el momento presente plenamente.
Cuando mi madre me hizo esta revelación, entendí que ella ahora era libre, ya que no estaba atada por los condicionamientos sociales, económicos o culturales y esto reflejaba su grandeza, sentí envidia porque yo, a menudo, aún estoy condicionada por las cosas externas que me rodean lo cual hace que me resulte más difícil vivir en el momento presente donde mi mente está vacía de condicionamientos externos y puedo disfrutar de las situaciones cotidianas, como: hablar con un amigo, lavar los platos o cuidar mis pantas con enfoque total, sin tener la mente distraída en otras cosas.
Cuando soy capaz de estar en este estado disfruto mucho más de cualquier cosa que hago y como dijo en una ocasión Abraham Lincoln (en línea 290722) “Finalmente, los años de vida no son relevantes, sino que aquello que es más importante es la vida de los años”. Es importante la vida de los años ya que es entonces cuando vivimos plenamente cualquier acto que estemos realizando y esto nos pasa cuando vivimos en el momento presente. Este es uno de los grandes aprendizajes que me regaló mi querida madre.
Gracias Quimeta, te quiero. 20 de octubre de 2022